Algunos pacientes me han adjudicado de forma espontánea y muy entrañable la categoría de “psicóloga de cabecera”, y verdaderamente me parece muy interesante la función de la psicología desde la asistencia primaria.
Como profesional, al estilo de lo que hacen los médicos de cabecera y los pediatras, cuando recibo a alguien y me explica el motivo de consulta empezamos el proceso de análisis de lo que le está ocurriendo. A partir del examen de la problemática que presenta (inicio, evolución y situación actual), decidimos el tipo de intervención y la técnica más adecuada para una resolución satisfactoria. Siempre desde una posición realista y teniendo en cuenta los pros y los contras de todas las opciones.
Las intervenciones pueden ser de diferentes tipos: asesoramiento psicológico, psicoeducación, prevención, instalación de recursos, derivación a otros profesionales o servicios, etc. Y también, por supuesto, la elección de terapia, que puede ser individual, de pareja, infantil/ juvenil o familiar. La modalidad online también se incluye en algunas situaciones.
Sea cual sea la modalidad de intervención por la que empezaremos, las primeras visitas se dedican a la llamada psicoeducación: creo que siempre es un gran comienzo que después de que el paciente haya expuesto en qué consiste su malestar, yo dedique un tiempo a explicarle el funcionamiento de la mente, los mecanismos subyacentes que intervienen en cómo sentimos, cómo actuamos y cómo pensamos. Nuestro mundo interno tiene que ir a la una, estar integrados y, de no ser así, aparecen síntomas psicológicos que producen malestar psicológico.
El objetivo es que el paciente entienda muy bien qué es lo que le pasa, y por ello hablamos de las características de algunas patologías, de su funcionamiento, y elaboramos un plan de trabajo totalmente a medida para dirigir la cura.
Acaba siendo una gran inversión en salud mental y emocional.
La intervención precoz cuando hay una mala experiencia reduce la aparición de problemas psicológicos y es la mayor garantía para instalar y desarrollar la resiliencia y asegurar el crecimiento poscrisis.
Se diferencian tres tipos de prevención:
1. Primaria: cuando no ha aparecido ningún efecto negativo pero, por la intensidad y gravedad de la experiencia, se estima oportuno intervenir.
2. Secundaria: cuando han aparecido ya las primeras señales de malestar, actuar de forma precoz reduce su duración y evita que se disperse a otras áreas.
3. Terciaria: cuando ya han aparecido algunas dificultades de mayor envergadura, la intervención va dirigida a que no aparezcan nuevos síntomas y a que no se agraven o cronifiquen los ya existentes.
Estamos hablando de sucesos inesperados que suponen eventos traumáticos para la persona que los sufre, para quien lo vive de cerca o simplemente para quien se identifica con ello (“me podría haber pasado a mi…”).
Incluiría: desastres naturales, accidentes, momentos iniciales de una enfermedad, irrupción de una enfermedad mental grave, separaciones, muertes, suicidios, la culpa del superviviente, profesiones con contacto directo con los sucesos traumáticos (personal sanitario, médicos, auxiliares, bomberos, agentes del orden, etc.).
Es frecuente que algún evento reciente, difícil o traumático funcione de amplificador de experiencias vividas anteriormente, a veces incluso años atrás, que en su momento no han sido procesadas adecuadamente.
Incorporando los beneficios de la atención plena del “aquí y ahora“, herencia de la meditación, conseguimos mejorar y potenciar las terapias.
Trabajamos mecanismos de autorregulación de la propia atención para aprender a afrontar situaciones nuevas y conseguir que sean experiencias positivas y de calidad. El mindfulness minimiza la influencia de las experiencias pasadas negativas sobre nuestro presente: en cierto modo es como volver a “echar raíces“.
Se trata del acompañamiento ante una situación que nos resulta difícil resolver por nosotros mismos.
Con el espacio y la escucha adecuada, se activa la capacidad natural de cada persona para reflexionar y adquirir una visión más amplia de la situación, posibilitando la toma de buenas decisiones. Con el counselling se generan las emociones adecuadas, apartando las preocupaciones, el estrés, la angustia o el miedo que frecuentemente interfieren en nuestras tomas de decisión y aumentando la autonomía respecto al entorno social, profesional y familiar.
Con técnicas similares a las que usamos en terapia, el coaching está indicado para personas que, aunque no sienten un malestar intenso y específico, quieren realizar un cambio en su ámbito personal o profesional. En definitiva: quieren vivir mejor.
Esta técnica utiliza recursos como: reconocer prejuicios y resistencias inconscientes, superar limitaciones, miedos, dudas o bloqueos, etc. Por otro lado también potencia recursos y habilidades, autoestima y confianza en uno mismo, consiguiendo una mayor autosatisfacción que permite pasar a la acción y realizar ese cambio.
Tiene mucho que ver con la prevención. Se trata de abordar situaciones futuras que aún no han pasado pero que generan angustia y ansiedad: miedo a hablar en público, intervenciones médicas o quirúrgicas, enfermedades, exámenes, rupturas de parejas, o de cualquier otro tipo.
Se trabaja directamente con el desarrollo y la instalación de recursos internos que no se han adquirido correctamente y que se han de reforzar. Recursos sociales, interpersonales, recursos de autor-regulación para situaciones de estrés, entre otros.