Psicología Clínica
Desde Atención Primaria se detectan diariamente personas que manifiestan síntomas como la ansiedad o depresión, que tienen que ver con alguna variable psicológica: características de personalidad, estilos de afrontamiento de situaciones adversas, etc. La Psicología actualmente es ya un recurso más a tener en cuenta para ser capaz de gestionar la felicidad y los malestares.
La ansiedad es unos de los trastornos más frecuentes en nuestra sociedad, y no nos referimos a la ansiedad “normal” que sentimos al afrontar situaciones nuevas y inciertas (de hecho, un cierto estado de alerta es beneficioso para asegurarnos un buen resultado).
La ansiedad que requiere ayuda y atención psicológica es la que aparece sin control, con una intensidad, frecuencia e invasión desproporcionadas. Reduce la calidad de vida, nos condiciona y produce mucho malestar. Es un estado de alerta y anticipación ante una situación que nos da miedo y que aún no ha ocurrido. La persona no es capaz de explicar qué le ocurre ni puede evitarlo. A veces se expresa con el término “y si…”: ¿y si va mal?, ¿Y si nos hacemos daño?, ¿Y si se ha molestado conmigo?, ¿Y si me equivoco?, ¿Y si tengo alguna enfermedad?, ¿Y si lo hago mal?…
Las manifestaciones de la ansiedad son tan diversas que a día de hoy no dejan de sorprendernos incluso a los profesionales, pero las más frecuentes son: dolores de todo tipo (de estómago, contracturas, migrañas…), palpitaciones y taquicardias, pensamientos obsesivos, miedo y crisis de pánico, dificultades para dormir, para concentrarse, pérdida de memoria, problemas en los estudios, y un largo etcétera.
Nada tiene que ver con notar tristeza ante situaciones que efectivamente son tristes (en este caso se trata de un sentimiento adaptativo que nos conecta con la realidad y nos ayuda a elaborar lo sucedido).
Hablamos de depresión cuando esa tristeza permanece en el tiempo, invadiendo y afectando algunas áreas de nuestra vida (el trabajo, las amistades, la salud) y poniéndolas en riesgo.
Se traduce en apatía, desánimo o incluso irritabilidad y el deseo, la energía y la curiosidad se reducen, llevando a quien la sufre a una situación de difícil salida.
En ocasiones, los problemas de comunicación, la timidez, la vergüenza, el miedo, la introversión, la desconfianza o el tener un bajo concepto de uno mismo son factores que pueden conducir a vivir las relaciones sociales con mucha tensión y malestar.
Es un hecho que las buenas relaciones sociales son uno de los ejes fundamentales para percibir que tenemos una buena calidad de vida. Si esto no se da, aparecen sensaciones de frustración, decepción, enfado, baja autoestima, aislamiento y retraimiento.
En muchas ocasiones recibimos en consulta una petición de ayuda para mejorar las relaciones sociales: tener más y mejores amigos (sensación de tener pocas amistades y superficiales), relacionarse con los compañeros de trabajo o con personas con quien coincidimos en asociaciones o clubs, conseguir tener pareja, etc.
Muchas personas se sienten identificadas con este cuadro psicológico porque todos en algún momento u otro hemos tenido cambios repentinos de humor, o subidas y bajadas de estado de ánimo. Pero no se trata de eso, ni mucho menos.
El trastorno bipolar, o depresión maníaca, es un trastorno grave donde se alternan momentos depresivos (ver apartado depresión) con otros momentos de euforia o manía, entre ambos frecuentemente hay períodos de normalidad.
Los síntomas del período maníaco inquietan mucho a los familiares porque temen que la persona se ponga en riesgo. Tienen un aumento de energía muy pronunciado, “sienten” que están por encima de todo y sin que les pueda pasar nada, falta de criterio que les llevan a tomar malas decisiones, piensan y hablan muy rápido, reducción de la necesidad de dormir.. En general, es una desconexión de la realidad, de la suya y la de su entorno. Se trata con medicación y psicoterapia.
Aquí englobamos los así llamados Trastorno Limite de la Personalidad (TLP), Trastorno Borderline, Trastorno antisocial, entre otros.
Son personas con un conjunto de rasgos de personalidad disfuncionales y desadaptativos, fuertemente rígidos e inflexibles, que se extienden a una amplia gama de situaciones personales y sociales. Como consecuencia pueden tener un deterioro significativo en áreas tan importantes como lo social, familiar o laboral, así como un alto malestar subjetivo. Este patrón es estable y de larga duración, y su inicio muchas veces se remonta a la adolescencia o a la edad adulta. Por ello de quien lo padece se suele decir: “siempre fue así”.
Estos trastornos suelen venir asociados con sintomatología ansiosa y depresiva, así como conductas de alta impulsividad: consumo de drogas, peleas, trastornos con la alimentación, etc.
Se trata con psicofármacos, psicoterapia y en muchas ocasiones se requiere también colaboración del ámbito familiar.
Nuestra mente se encuentra sometida a una situación de alto estrés cuando se ve obligada a pasar por una vivencia de duelo o pérdida.
Por pérdida nos referimos a aquellos cambios en nuestra vida en los que lo que se pierde se vive con mayor importancia que lo que se gana. Se dice entonces que entramos en un proceso de duelo que implica despedirse (en contra de nuestra voluntad o no) de algo o alguien significativo para nosotros,
En este ámbito entrarían: rupturas de pareja, distanciamiento con amistades importantes, cambios de lugar de residencia, pérdida o cambio de estatus laboral y económico, cambios en la estructura familiar, enfermedades que suponen pérdida de autonomía o necesidad de adaptarse a una nueva realidad, etc. Estas pérdidas vienen acompañadas de sentimientos de tristeza, recogimiento en uno mismo, desánimo y, en algunas ocasiones, somatizaciones. Cuando coinciden varias pérdidas cercanas en el tiempo, se puede dar el efecto de “llover sobre mojado” y acentuarse el malestar.
Por duelo propiamente dicho entendemos el período que sigue al fallecimiento de una persona querida. Se han descrito fases del duelo que suceden consecutivamente, aunque puede darse el predominio de una sobre otra.
El proceso de duelo es un trabajo que desarrolla la mente, y no puede entenderse como un trastorno ni como un problema. No obstante, es muy posible que la persona que lo está viviendo necesite acompañamiento para que este sufrimiento sea recogido y no se extienda a otras áreas de su vida.
Se habla de duelo patológico cuando el proceso se vive con una intensidad que no cesa, cuando no sucede de la manera “esperable”, cuando se produce un cierto estancamiento en alguna de las fases o cuando el momento vital es tan delicado que el sufrimiento se hace altamente intolerable. A veces son las personas allegadas las que se dan cuenta de esta situación y quienes animan a la persona a realizar una consulta profesional.
Algunos factores que complican especialmente el duelo son: la cercanía del vínculo, las circunstancias de la muerte, el momento vital de la persona que sufre la pérdida, la edad, el estado general de salud, la coincidencia con otra pérdida, etc.
Los duelos son uno de los motivos de consulta más frecuentes, muchas veces incluso tiempo después del fallecimiento.
El miedo es una emoción básica y adaptativa común a todas las personas y necesaria para vivir. Nos alerta de un peligro y nos prepara para enfrentarnos a él (o para evitarlo).
En cambio la fobia es una reacción de miedo o ansiedad desproporcionada ante situaciones u objetos concretos, que genera mucho perjuicio y daño a quien lo padece. Es muy común la aparición de mecanismos como la anticipación ansiosa y la evitación, esquivando aquello que produce tanto malestar (al creer que así se elimina). Todo ello interfiere mucho en la vida cotidiana de la persona.
Hay fobias específicas a una situación, animal o ambiente; fobias generalizadas (derivando en un carácter fóbico) y fobias sociales, que son las que tienen que ver con el contacto con otras personas. La hipocondria es la preocupación por padecer o contraer una enfermedad grave. No existen síntomas somáticos, o son leves, pero quienes la padecen presentan una elevada ansiedad y alarma con respecto a la salud. Con frecuencia valoran sensaciones y fenómenos normales y frecuentes como excepcionales y molestos. Puede conllevar excesivas visitas médicas o bien, todo lo contrario, evitarlas por todos los medios posibles por miedo a que se confirmen los temores de quien la sufre. A su vez, la ansiedad aumenta los síntomas somáticos.
En general, las fobias son altamente limitantes y perjudiciales para la persona que las padece.
Son todos aquellos desórdenes relacionados con la conducta alimentaria y que comportan graves alteraciones de la ingesta alimentaria. Los más frecuentes son la anorexia nerviosa, la bulimia y el trastorno por atracacón, que sería comer sin control, compulsivamente.
Todos ellos suponen una sufrimiento psicológico a veces no detectado ni tratado, que les lleva a incorporar a su vida este patrón alimentario tan perjudicial y en muchas ocasiones poniendo en grave riesgo su vida.
El tratamiento consiste en psicoterapia y, según la gravedad, incorporación de pautas de conducta alimentaria, intervención médica y de un nutricionista. Es decisivo para un buen pronóstico la intervención temprana de profesionales de la salud: médico y psicólogo.
Son aquellos trastornos que se manifiestan a través de diferentes enfermedades y padecimientos físicos, y en los que los factores psicológicos parecen determinantes.
Nuestro cuerpo puede expresar emociones de múltiples maneras: nos sonrojamos como respuesta a la emoción de vergüenza, lloramos por tristeza o alegria, temblamos de miedo, a veces hay personas que se desmayan por un susto, un dolor repentino o una mala noticia…
Son respuestas fisiológicas “normales” del cuerpo al estrés.
El problema surge cuando las funciones de nuestro cuerpo empiezan a fallar dando lugar a síntomas físicos crónicos y incapacitantes. Ahí es cuando hablamos de Trastornos Psicosomáticos. Síntomas físicos significativos, en intensidad o duración, que provocan sufrimiento y reducen la calidad de vida. Algunos de ellos son: taquicardias, dolores de barriga, dolores de cabeza, contracturas y dolores musculares, cansancio, insomnio… y un largo etcétera.
Hay enfermedades con un claro componente psicosomático en las cuales la intervención conjunta entre médico especialista y psicólogo es fundamental para su buena evolución. Entre otras estarían: fatiga crónica, fibromialgia y todas las enfermedades autoinmunes (el lupus, por ej).
Quienes lo padecen son personas en las que predominan pensamientos intrusivos y repetitivos, las llamadas ideas obsesivas. No los sienten como propios, sino como ideas que tienen de manera recurrente y descontrolada. Producen miedo, inquietud y ansiedad porque entran en conflicto con los deseos propios y la manera de pensar.
Pueden ir acompañados de conductas compulsivas (no siempre): impulso de realizar actos para reducir la ansiedad y la probabilidad que aquello pensado se convierta en real.
Normalmente son pensamientos temerosos que anuncian cosas negativas, accidentes o enfermedades; y le otorgan a la conducta una capacidad medio mágica evitativa de la desgracia.
Al no poder detener estos pensamientos interfieren en la vida, ya que no pueden ir a la escuela, al trabajo, reuniones con amigos, etc. En definitiva, no pueden concentrarse ni hacer correctamente sus actividades cotidianas.